La Banda de Salteadores de «El Cerda», el Terror en los Valles de Tagua Tagua y Cachapoal, Segunda Parte

Escrito por Juan Carlos González Labra, investigador sanvicentano
Primera parte disponible aquí

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA BANDA DE “EL CERDA”.

Estimado lector, antes de comenzar a leer esta segunda parte, le sugiero que lea la primera parte para entender el contexto de esta segunda parte y final.

Por esos años, San Vicente contaba con un escasísimo destacamento de Carabineros, a los que se sumaban seis policías. Estos últimos, debían cubrir los departamentos de San Vicente y Peumo. Ambas instituciones debían compartir los caballos con que contaban, como único medio de transporte. En ocasiones especiales, solicitaban la colaboración a los vecinos que contaban con auto o camiones, que por esos años eran contados con el dedo.

La no existencia de fotos de los delincuentes era un punto que los hacía ser casi leyenda más que realidad. Solo descripciones vagas había de ellos, a lo que se sumaba el hecho que  una zona tan amplia para tan escasa dotación policial, hacía más difícil su captura.

Pero llegó el día en el cual se tuvo noticias del lugar preciso en el cual se encontraba la banda. Un joven llamado Manuel Pavés fue el que con el mayor de los miedos, decidió debelar su angustia. La banda de El Cerda tenía a sus familiares de rehenes, con lo cual le ordenaban venir al pueblo de San Vicente a comprar comestibles y municiones para sus carabinas Winchester. Dicho sea de paso, por esos años comprar municiones para las escopetas (cartuchos) era algo cotidiano.

El problema para Cerda y el Tuta comenzaron cuando en uno de esos viajes, Pavés se encontró con unos amigos en San Vicente y se gastó parte del dinero entregado por los bandidos. Dominado por el miedo, Pavés se presentó en la 5ª comisaría de San Vicente e informó el lugar preciso donde Cerda y el Tuta lo estaban esperando. Tanto la policía como carabineros  interrogaron varias veces  a Pavés para constatar que la información era verdadera.  El convencimiento fue rápido y concordante, Pavés decía la verdad.

Rápidamente los oficiales de Carabineros y los Policías se pusieron a planificar detalladamente la forma en que se haría la acción de captura de la banda. Los principales aportes hechos por Manuel Pavés fueron dos, primero, sabía el lugar exacto donde estaba la banda, y en segundo lugar, Pavés conocía plenamente los entornos del lugar.

Lo primero fue solicitar la colaboración a un vecino de confianza para solicitarle un camión que pudiera llevar al destacamento y los pertrechos necesarios para esta misión. Fue un camión de don Abelino Rodríguez el que sirvió para tal efecto.

A las tres de la mañana del día 11 de mayo de 1932, salía el camión desde la comisaría de San Vicente con destino a “La Rinconada” de El Tambo, “sector de Parronales”, al mando del Capitán de Carabineros Lisboa y de los Tenientes Zúñiga y Bilanguer, a ellos se sumaba el detective Berger y su ayudante. Cerca del lugar se detuvo el camión que iba con las luces apagadas, de ahí se continuó una sigilosa caminata hasta llegar a un bosque de Pataguas, lugar en el cual se encontraba una pequeña casa. La desilusión fue mayor al darse cuenta que la casa se encontraba sin moradores. Los policías registraron la casa minuciosamente y encontraron unos plumones y mantas que pertenecían a la banda. Este hallazgo los llevó a suponer que la banda se encontraba en otra casa que se encontraba muy cerca y que pertenecía a Víctor Orellana. Se dividió el personal en dos grupos, uno de ellos, el más numeroso, rodeó el lugar en un círculo de dos kilómetros encargado de evitar una posible fuga. El otro grupo, que contaba de seis personas, al mando del teniente Zúñiga y del agente de policía Berger, serían los encargados de atacar la casa. Discretamente se llegó a la cocina que se encontraba contigua a la casa, allí dormía un joven que al sentirse acorralado comenzó a gritar. Esto puso en alerta a Cerda y al Tuta que se encontraban en el interior de la casa y que de inmediato tomaron a la hija y a la esposa de Víctor Orellana obligándolas a decir que ellas se encontraban solas y que no abrirían la puerta. Ante la insistencia de que abrieran la puerta, los bandidos comenzaron a disparar, disparos que fueron contestados de inmediato por los agentes.

Casi una hora de fuego cruzado y sostenido hubo esa madrugada, para desgracia de Cerda y del Tuta, las municiones con las que contaban eran escasas, entonces Cerda trató de engañar a los agentes, saliendo rápidamente de la casa gritando “¡Allá va Cerda, atájenlo!”, pero Pavés que se encontraba guarecido junto a los carabineros lo identificó rápidamente y los agentes dispararon una ráfaga de balas matando de inmediato a Cerda. Mientras tanto, el Tuta al verse acorralado, trató de arrancar por la parte posterior de casa, por un forado que habían hecho, pero ese lugar estaba cubierto por el sargento primero de apellido Fonn, que de un certero disparo hirió gravemente al Tuta que se introdujo nuevamente a la casa.

Después de casi una hora de fuego cruzado, los disparos cesaron desde el interior de la casa. El capitán con un megáfono dio un minuto para que salieran con las manos en alto las personas que ahí se encontraban, de lo contario se seguiría disparando. Por una puerta apareció un paño blanco y una temerosa y aterrorizada mujer salió y señaló a gritos que  los bandidos estaban muertos.

Cuatro carabineros con sus armas lista para disparar entraron a constatar lo dicho por la mujer. Efectivamente, cuatro bandidos muertos, entre ellos el jefe, el temido Cerda, más otros dos gravemente herido que al poco rato murieron. Los siete integrantes de la banda habían muerto.

Los rehenes eran tres hombres de diferentes edades que estaban ilesos, tres mujeres, una de ellas, la esposa de Orellana, con una herida superficial en el hombro, y su hija de nueve años, con una herida en una pantorrilla. En ambas mujeres las heridas no eran de consideración. Por parte de los agentes, solo el sargento Luis Aceituno había sido herido en una cadera.

Se ordenó recoger el armamento y todas las pertenencias de la banda para emprender el regreso a San Vicente. Mientras se hacía este viaje de regreso, en el camión, el Tuta dejó de existir.

Los rehenes por su parte contaron que, se salvaron porque cuando escucharon los primeros disparos, se cubrieron con los colchones arrinconándose debajo de las camas.

La noticia de la captura y muerte a la totalidad de la banda de “El Cerda” se propagó rápidamente por todo el Departamento de Cachapoal. Numerosas fueron las personas de los alrededores de San Vicente y autoridades locales que fueron a la comisaría de San Vicente a conocer algunos y otros a reconocer a Cerda y a Toro, los dos salteadores más despreciados de esos años.

Por orden del capitán de carabineros, los cuerpos de los bandidos Máximo Cerda y Ramón Toro fueron puestos en medio del patio del cuartel con un cartel en el pecho de cada uno, con su nombre y sus antecedentes delictuales. De esta manera, todos los habitantes de las zonas aledañas a San Vicente y los propios sanvicentanos pudieron identificar a los bandoleros sin dificultad. Muchos de los asistentes miraban con odio los cadáveres. En un momento causó extrañeza que uno de los visitantes se detuvo frente al cadáver de Máximo Cerda, lo miró por un corto tiempo, masculló algunas palabras con odio, y le propinó un feroz puntapié y un escupitajo. Era Ricardo Cortez, el joven pololo de Mariluz, en una clara acción de postrera e inútil venganza.

Hasta antes de los hechos relatados en esta crónica, el prontuario de estos bandoleros era nutrido, en él se les imputaban los siguientes delitos:

“1.- Asesinato de un tío de Cerda y homicidio frustrado de otro.

2.- Robo de un reloj a un chofer.

3.- Homicidio por celos, de Isabel Celis, en Tunca.

4.- Asesinato de un hombre en el Toco.

5.- Asalto en la hacienda San Alberto.

6.- Alevosa muerte de Graciela Saldias, que hacía vida marital con ambos, en la hacienda Santa Amelia, Larmahue.

7.- Asesinato del carabinero Pulgar en casa de Dolores González en la Orilla (Pencahue).”

Los mismos periódicos que en numerosas oportunidades tuvieron que informar de los delitos de la banda de El Cerda, ahora a toda página daban la noticia de su captura y muerte del total de sus componentes. Uno de los  periódicos sanvicentanos en su edición del 14 de mayo de 1932 titulaba con grandes letras, “La Tranquilidad a vuelto a los campos del Cachapoal”.