El Torito (Abraham Toro Díaz): El Bandolero más buscado de Chile (Parte 4)
Reportaje de don Edmundo Sepúlveda Marambio
Fotografías actuales de Mauricio Navarro Moscoso
Publicado en el diario “El Rancagüino”, el jueves 15 de agosto de 1996
Primera parte de la historia disponible aquí.
Segunda parte de la historia disponible aquí.
Tercera parte de la historia disponible aquí.
Un Crimen Involuntario
Carente de todo trabajo por el peso de su fama que empezaba a brotar, Abraham se cansa de buscar la forma de ganarse la vida honradamente. En todas partes lo tienen “fichado”. Va de pueblo en pueblo limosneando los tratos para poderse alimentar, recorriendo Peumo, Larmahue, Coltauco y otros territorios cercanos. Es una vida inmisericorde que cada noche le sorprende en tierras extrañas sin tener un abrigo al cual arrimarse. No por eso su aprecio por sus padres desaparece, en este ir y venir en busca de mejor suerte llega a Pencahue, a su Calle Mena querida para estrecharse con los suyos que también lo extrañan. A falta de pan, buenas son las tortas, debe haber pensado más de una vez. Al final se decide robar para subsistir, de pequeño a mayor los hurtos van creciendo y de acuerdo a las características del próximo golpe, debe buscar un socio de fechorías. Por esos años era muy común que los comerciantes recorrieran los campos buscando a las “caseritas” que salían al paso para comprar lo que necesitaban. La movilización era nula, los vehículos de tracción animal eran los más socorridos para trasladarse de un punto a otro. Mustafá Micali era un comerciante originario del Medio Oriente, que había atravesado el Atlántico para buscar su fortuna, siguiendo los pasos de tantos inmigrantes.
“El Torito” junto a dos socios planearon asaltarlo. Le habían visto muchas veces entonar por los caminos de El Niche con su cargamento de géneros y otras mercaderías que transportaba en una carretela. Era 17 de septiembre, la fecha invitaba a tener dinero en los bolsillos. Al atardecer lo esperaron en el Puente El Niche para consumar sus planes. Uno de los bandoleros apuntaló con su arma al caserito y lo llevó a un apartado del camino, mientras el resto ensacaba su motín. Estaban en esa tarea cuando sintieron un disparo seco, que retumbó en las paredes de los cerros. Micali había arrebatado el arma de su cancerbero y le había dado muerte. “Torito” acude al lugar enfrentándose al hechor del disparo, según la reconstitución de la escena -10 años después- el bandolero le habría pedido el arma a cambio de la libertad, negándose el extranjero a tal consejo. Frente a frente, era su vida o la del comerciante, era un duelo de titanes al más puro estilo far west, nadie dio un paso atrás y en el enfrentamiento Micali cayó mortalmente herido. La pistola del hijo de Pencahue había sido más rápida que la reacción del comerciante para accionar la Winchester. Mudo testigo de la escena fue un menor que acompañaba al propietario del coche de tiro. El simple asalto había terminado con dos personas muertas, lo menos que tenía pensado el “Torito” en todas sus correrías. A sus conocidos siempre les había manifestado eludir a toda costa ver correr la sangre en sus víctimas. Por las circunstancias descritas, estaba metido en un zapato chino y desde ese momento se declaraba tácitamente un forajido de la sociedad. Su destino había cambiado, de ahora en adelante asumía sus culpas y entraba en la clandestinidad.
Un nuevo dolor de cabeza tenían sobre sí Carabineros y efectivos de Investigaciones. El patrullaje fue intenso desde aquel entonces. La afinidad desde tan pequeño con los cerros del sector ahora le era extremadamente útil al “Torito” para eludir el cerco policial. No tiene que haber estado muy lejos de la casa materna, porque siempre se las arreglaba para tomar contacto con sus familiares y sus amigos. Las islas del río y los cerros fueron su ruta obligada de sus andanzas nocturnas, nada le era inaccesible, era la mejor forma de eludir la presencia humana, especialmente la vigilancia montada de los encargados de cumplir con la ley para proteger la población.
Continuará…